El otoño, es una época del año ideal para paseos por la naturaleza. Durante estos paseos, entre los que os hemos recomendado algunos (parque del príncipe, Retiro, valles extremeños o Riaza), podemos aprovechar para coger setas (solamente si sabemos, o con ayuda de un profesional) o para coger algunos frutos.
En España destacamos por su abundancia las bellotas. Estos frutos, provenientes de árboles del género Quercus (que en latín significa cerdo, por el animal al que alimentaban) los encontramos en encinas, robles, quejigos, alcornoques o coscojas.
Durante la Edad Media, o incluso de manera más reciente en la postguerra española, han sido un alimento muy común, no solo para el ganado si no para la población. Poseen un sabor amargo, pero si las asamos (al igual que se hace con las castañas) tienen un sabor bastante rico y un gran valor nutritivo principalmente por su contenido en glúcidos y lípidos, y debido también a su abundancia en micronutrientes como Calcio, fósforo, magnesio o hierro. Antaño, se hacia harina con ellas que se utilizaba para cocinar.
Las bellotas a veces tienen mala fama, por su amargor. Por ejemplo, son más amargas las bellotas de la alsina o encina costera (Q. ilex subsp. ilex o Q. ilex) que de la encina (Q. ilex subsp. ballota o Q. rotundifolia). En el caso de los robles peninsulares, es el Q. robur el que produce las bellotas más dulces. Si tenemos que elegir, siempre va a ser más dulce la bellota de encina. Y si las asamos y quitamos su cáscara reduciremos su amargor, que es debido a su alto contenido en taninos, gran fuente de antioxidantes.
También se pueden utilizar para realizar licor de bellota, con aguardiente y azúcar o anís, junto cuatro puñados de bellotas; o bien para realizar collares de bellota.
Otro fruto que queremos destacar del otoño son las castañas. Al igual que los Quercus, las especies del género Castanea pertenecen a la familia botánica de las fagaceas (Fagaceae). En la península ibérica encontramos principalmente de la especie Castanea sativa, originaria del este del Mediterráneo pero, según algunas teorías, extendida en la Península por los romanos, aunque cada vez se puede encontrar con más facilidad la variedad de castaño japonesa.
En las zonas donde había castaños, esta solía ser la principal fuente de hidratos de carbono de la población durante el invierno. Se pueden comer crudas, hervidas o asadas, siendo de un sabor más agradable que las bellotas; o incluso realizar harina de castaña. Esta harina ha sido muy empelada en épocas de escasez de alimentos para realizar el pan, pero ahora se utiliza para muchos dulces ecológicos. Se puede utilizar para repostería, como la crema de castaña, arroz con leche con castañas o el marrón glace, o para acompañamiento de carnes fuertes. Incluso se ha elaborado en algunas zonas cerveza de castaña.
Son ricas, como decimos, en hidratos de carbono, pero también en aceites esenciales, en potasio, fósforo o hierro. Al igual que las bellotas contienen taninos con elevado poder antioxidante.
El único problema que plantean las castañas, es que no hay que confundirlas con las castañas de indias que son especialmente tóxicas. Los castaños de indias se plantan en parques y jardines por sus vistosas flores, pero el fruto, semejante a la castaña, puede resultar letal. Para diferenciarlos, las castañas comestibles siempre van de tres en tres en su erizo, mientras que en los castaños de indias aparecen de forma individual. Ante la duda, no lo comáis, especialmente en parques.
Desde aquí os animamos a comer castañas y bellotas: frutos secos autóctonos, silvestres y con grandes aportes nutritivos.
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